14 agosto 2008

*Predicación 20/07/'08 “UN EJÉRCITO ESPECIAL”


“Yéndose luego David de allí, huyó a la cueva de Adulam; y cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, vinieron allí a él. Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado,y todos los que se hallaban en amargura de espíritu,y fue hecho jefe de ellos; y tuvo consigo como cuatrocientos hombres.”1 Samuel 22:1,2

David fue el segundo rey de Israel. Formó su carácter durante años cuidando ovejas, librándolas de las garras de osos y los leones, escribiendo y entonando cantos de alabanza a Dios. Y fue allí, siendo miembro del anonimato, que un día Dios decidió ungirlo para ser el próximo rey de Israel, sucediendo a Saúl.

Saúl fue, además de su rey, su suegro, ya que él prometió dar a su hija al que venciere al gigante Goliat, y David logró matarlo con su honda y su piedra de río (1 Samuel 17). De ésta manera David llegó rápido a la casa real.

No tardó para que Saúl comenzara a sentir celos por él, pues su fama iba creciendo entre el pueblo que lo ovacionaba: “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles” (1 Samuel 18:7), y su enojo creció tanto, que en repetidas ocasiones le arrojó lanzas para acabar con él. Llegó la tensión a tal punto que David tuvo que salir huyendo del palacio para proteger su vida. Vagó por varias provincias hasta que llegó a una cueva, la cueva de Adulam. Y ahí es donde tiene lugar el versículo con el que iniciamos la historia.

Adulam, según los teólogos, fue una de las ciudades reales de Canaán, que después fue integrada a la tribú de Judá (Josué 12:15; 15:35). Esta ciudad fue reedificada por Roboam (2 Crónicas 11:7). Hay en la actualidad una cueva muy grande en «Wadi Khureitun», en la zona oriental de Judá, donde tradicionalmente se le relaciona con la cueva de Adulam.

Ésta cueva fue para David su cuartel general donde formó su primer ejército con hombres con características muy singulares. ¿Eran acaso los más valientes de la región, los más adiestrados y experimentados en la guerra? ¿Tenían en sus repisas trofeos por haber triunfado en guerras anteriores? No, todo lo contrario. Además de temerosos, eran hombres afligidos, endeudados y amargados.

Pero, ¿qué vio David en ellos para tomarlos como ejército, y qué vieron ellos en este fugitivo para aceptarlo como líder? En la situación en que se encontraba David, ¿era capaz de inspirarlos para salir del hoyo en que se encontraban y animarlos a luchar la guerra más grande que era contra sus propios temores?

Estando en esa cueva, David abrió su corazón y expresó su aflicción componiendo el Salmo 57:

“Mi vida está entre leones; Estoy echado entre hijos de hombres que vomitan llamas;Sus dientes son lanzas y saetas,Y su lengua espada aguda. Red han armado a mis pasos; Se ha abatido mi alma; Hoyo han cavado delante de mí; En medio de él han caído ellos mismos.” (versículos 4 y 6)

Era evidente que su alma estaba en angustia por los que lo perseguían, sabía que su vida corría peligro por las lanzas, saetas y espadas. Pero a pesar de todo y que la tempestad se levantaba amenazante, sabía que el Maestro estaba cerca, y había esperanza en su corazón:

“Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me favorece. El enviará desde los cielos, y me salvará De la infamia del que me acosa; Dios enviará su misericordia y su verdad. Te alabaré entre los pueblos, oh Señor; Cantaré de ti entre las naciones. Porque grande es hasta los cielos tu misericordia,Y hasta las nubes tu verdad.”(versículos 2,3,9,10)

Seguramente fue esa fe y esa confianza en Dios la que logró que aquellos hombres necesitados quisieran seguirlo y luchar por su causa. Querían experimentar ese mismo amor por Dios y la confianza de que Él los protegería.

Así que llegó el momento en que Dios los desafía y los manda a pelear contra los filisteos. El ejército temeroso vacila y le pregunta a Dios si realmente quiere que peleen contra ellos. El Señor les repite la instrucción de luchar contra el enemigo, prometiéndoles que Él les daría la victoria entregando en sus manos a los filisteos. Con todo y sus temores, obedecieron y la victoria fue grande, derrotando por completo al ejército enemigo. ¡Wow! ¡Cuántas victorias pueden suceder cuando confiamos en la promesa de Dios!

Esta historia nos deja una gran enseñanza para nosotros porque lo podemos aplicar perfectamente en nuestras vidas, pues como aquellos hombres, muchos de nosotros también hemos venido al Señor en medio de una gran necesidad y hemos encontrado un refugio en su presencia.

Esta iglesia, como muchas otras, simula aquella cueva de Adulam donde llegan hombres necesitados buscando la solución a sus problemas. Seguramente nosotros llegamos aquí con historias desagradables, tristes, llegamos con aflicción, con deudas (morales), amargados, deprimidos. ¿Cuántos fueron corridos de sus familias, amigos e iglesias? ¿Cuántas historias conocemos de otros amigos en ésta misma condición, que fueron heridos, defraudados, juzgados, condenados? Tal vez pensábamos que no había remedio para ésta situación y que Dios ya nos había desechado, hasta que nos encontramos con este refugio y recibimos sanidad a nuestra herida.

Cristo vino a “vendar a los quebrantados de corazón, a proclamar libertad a los cautivos y libertad a los prisioneros, a confortar a los dolientes, a dar una corona en vez de cenizas, aceite de gozo en vez de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado” (Isaías 61:1-3). Es éste mensaje el que ha traído sanidad a nuestra alma y consuelo en medio de la aflicción. No importa que tengamos temores, que otros no crean en nuestro potencial, que se nos subestime y condene… Ahí radica precisamente el milagro de Dios, que de la nada forma lo que es.

Dice la Biblia que “lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es” (1 Corintios 1:27,28). Así que no importa cuál sea nuestro pasado, nuestra historia, nuestro dolor o amargura, el Señor puede y quiere levantar un ejército especial que luche por la causa del Evangelio y arrebate al diablo las almas que tiene en sus manos.

Cuando el Señor nos manda que peleemos, debemos hacerlo confiando en que no será con nuestra fuerza, sino con su fuerza y en el nombre del Señor de los Ejércitos (1 Samuel 17:45), por lo tanto, debemos estar tranquilos que mayor es el que está en nosotros, que el que está en el mundo (1 Juan 4:4). Y si él está con nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros? (Romanos 8:31) ¡Qué alegría! ¡Dios nos defiende como poderoso gigante! (Jeremías 20:11). ¡Somos más que vencedores en su Nombre! (Romanos 8:37).

Está en nuestras manos tomar la decisión de formar parte de éste ejército especial y luchar contra el ejército enemigo y ayudar a establecer el reino de Dios en la vida de aquellos que no lo conocen, dándoles las buenas nuevas de paz, de salvación, de redención.

No será fácil, habrá luchas que enfrentar pero el Señor ya prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Seguramente habrá caídas, pero lo importante no es jamás caer, sino seguir en pie de guerra, luchando con la espada en la mano.

Vale la pena esforzarse. Vale la pena ser parte de éste ejército especial. Vale la pena seguir a Jesús y luchar por Él.

(Escrito: David © SdeC Comunidad Cristiana Interdenominacional, Imagen cortesía de ©Corbis)

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